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EL APETITO Y LAS EMOCIONES

¿Qué es el apetito? es el impulso que nos lleva a ingerir los alimentos. Y aunque este, es una necesidad biológica que impresiona ser netamente orgánica, ya veremos que tiene un componente emocional importante que según experiencias vividas podrían influir en que este aumente o disminuya.





A nivel cerebral existen algunas áreas que juegan un papel crucial en la regulación del apetito como lo es principalmente: el hipotálamo. Esta estructura contiene algunas neuronas especializadas en promover la alimentación y otras que se encargan de generar saciedad, lo que inhibe o suprime ese impulso de ingerir alimentos. La actividad de una u otra zona, dependerá de ciertos estímulos internos o externos como podrían ser: la ganancia de peso, la sobrealimentación o el aumento del volumen del tejido adiposo (tejido graso) que van a promover la actividad de la zona que inhibe el apetito con el fin de mantener el peso sin cambios. Así mismo, otros estímulos como: la ingesta reducida de alimentos, la pérdida de gran tejido graso o el ayuno, promueven el área hipotalámica encargada de estimular el apetito y disminuir el gasto energético con la intención de aumentar la ingesta y lograr el mismo objetivo: mantener el peso estable. Sin embargo, en ocasiones en las que por influencia del ánimo, no se obedezca a este impulso de aumentar o disminuir la ingesta, veremos que estará reflejado en una ganancia de peso en caso tal de ingerir alimentos sin el estímulo del apetito y en una pérdida del mismo en caso de no ingerir alimentos cuando se está estimulando el apetito.


La regulación del apetito es más compleja y adicional a lo anterior, la evidencia científica demuestra que existe una influencia importante de las emociones sobre el apetito, que van más allá de los mecanismos reguladores mencionados previamente. Vemos cómo desde muy temprana edad, ante una pérdida emocional o ante la tristeza, se produce muchas veces alteración en el apetito (inapetencia), generando dificultades en la alimentación del niño. También podemos observar como ante situaciones de ansiedad, la respuesta más común es la opuesta, con un aumento del apetito independientemente de las señales corporales de saciedad, lo que lleva a que se pierda el fin nutritivo de los alimentos en estas situaciones y adopte un fin emocional.



Lo anterior nos lleva a comprender que las emociones no son ajenas a los múltiples procesos de desarrollo de un niño y guardan una relación estrecha con muchos de ellos, entre esos: el apetito. Y que, así como es importante una alimentación adecuada de los niños, promover el bienestar emocional de ellos hace parte de la promoción de la salud infantil y juega un papel crucial en el crecimiento y desarrollo óptimo e integral de los niños. Ya que se ha visto que incluso, a futuro, un adecuado manejo de emociones durante la infancia facilita el establecimiento de vínculos emocionales sanos con sus pares, amigos, familiares, futuras parejas, e incluso, la misma comida. Lo que además, previene futuros trastornos de la conducta alimentaria tan frecuentes hoy día como: la anorexia, bulimia o la sobrealimentación que lleva a obesidad con todas las complicaciones en salud que ya conocemos.



Erika Salamanca Infante. Residente de pediatría URosario.

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